Elias se alistó voluntariamente en el ejército en 2013, a pesar de que por ser su único hijo estaba exento. Lo mató un mortero en Damasco en 2014, uno de los 250.000 muertos en la guerra civil en el país. “Perdimos a nuestro hermano y él también era como un padre”, dijo Michelina, una de las dos hermanas que dejó. Su verdadero padre abandonó a la familia cuando las niñas eran muy pequeñas. Las hermanas crecieron en un orfanato en Da’ara mientras que la madre trabajaba haciendo limpieza, viviendo con su hijo en Damasco.
La familia había sido reunida cuanto las niñas huyeron de la guerra que envolvió Da’ara en 2011. “Unos hombres iban de casa en casa, prendiéndoles fuego”, dijo Rasha, la hermana más joven, de 26 años.
En Damasco, Elias mantenía a la familia con su sueldo del ejército. Él había alquilado un apartamento para ellas y su futura esposa. “Ahora dependemos de la pensión del ejército y de lo que yo pueda ganar limpiando. Antes no nos sentíamos pobres, pero ahora no podemos llegar a fin de mes”, dice Samia.
Caritas les da cupones para ropa y alimentos, y las ayuda con gastos médicos.
Ninguna de las dos hijas puede trabajar por problemas de salud. Rasha, la más joven, cayó en depresión tras la muerte de su hermano. “Tenía ataques de pánico. Vomitaba y tenía convulsiones”, dijo.
Ella lleva la tristeza a cuestas. El orfanato, la guerra, un intento de violación, la muerte de su hermano y la frustración de una vida en la pobreza fueron demasiado. La depresión la llevó a intentar el suicidio.
Para el personal de Caritas, contrarrestar el dolor ocasionado por la guerra, la pobreza y la pérdida es uno de los mayores desafíos. “Además de víveres y ayuda, necesitan hablar. Muchos están aislados, especialmente los ancianos”, dijo Nessrine Achaer, una cooperante de Caritas en Damasco.
La guerra en Siria ha obligado a 6,5 millones de personas a abandonar sus casas y trasladarse a otros lugares del país, y 4,8 millones más han huido a otros países. Hay 13,5 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria.
Hiba y su bebé estaban en su casa, en Damasco, cuando la violencia envolvió su barrio. “Caían morteros por todos lados. Había enfrentamientos en las calles”, dice. “Nos escondimos en el apartamento por dos días. Desde la ventana, podía ver los cadáveres. No había electricidad, ni agua. Nadie podía llegar hasta nosotras”.
Al amanecer, se decidió a escapar. Caminando por las calles, alfombradas con cartuchos de balas, vieron la magnitud de la tragedia de la guerra.
Ahora la casa ha sido saqueada. No queda nada. El barrio está completamente desierto. “Vivo con mis padres y mis cuatro hijos en esta habitación”, dice. “Tiene 6 por 2 metros. Dormimos con la cabeza al lado de los pies del otro.
La economía de Siria ha colapsado por la guerra y las sanciones internacionales. Su nivel de desarrollo ha retrocedido casi cuatro décadas. Cuatro de cada cinco sirios viven en la pobreza.
Las familias de clase media se han vuelto pobres, las familias pobres se han vuelto indigentes. Caritas ayuda con el alquiler, brindando tres tramos al año por un total de 63.000 libras sirias. Las familias que no necesitan ayuda con el alquiler, reciben alimentos, ropa y otras necesidades básicas.
Busfira Karkinly ha vivido 20 años en un apartamento ruinoso y endeble construido en el tejado de un edificio. Ahí habita con sus dos hijos discapacitados y su hija. “Siempre hemos pasado apuros, pero nunca me imaginé que llegaríamos a este nivel de miseria”, dijo.
Su hijo mayor tiene 16 años, pero tiene la edad mental de un niño de 6, su segundo hijo tiene 7, pero su edad mental es de 1. Los niños rompen cosas constantemente y se alteran. Ella los cuida sola porque su esposo está enfermo. “Lloro sin motivo”, dice Busfira. “El único alivio llegará cuando acabe la guerra”.
Un desafío diario es conseguir las medicinas que su familia necesita. Las sanciones y los daños provocados por la guerra a las fábricas farmacéuticas nacionales han hecho que muchas medicinas sean muy difíciles de obtener y muy caras. “El precio de las operaciones y los medicamentos es cada vez más alto”, dijo Siwar Al-Khen, Director del programa médico de Caritas Damasco. “La gente con problemas de salud crónicos no puede cubrir sus facturas hospitalarias”.
Caritas cuenta con un programa médico en Damasco, el cual atiende a unos 50 pacientes al día. El personal los pone en contacto con médicos especialistas. “Abarcamos todo, desde exámenes y pruebas de laboratorio hasta tratamiento. También los ayudamos con sus medicamentos”, dijo Siwar Al-Khen.
Abdo vive con su esposa y cuatro hijos en una habitación en un sótano en Damasco. La habitación mide unos 6 metros cuadrados. Cuando se mudaron no había ventana, ni luz. Su familia huyó de la guerra y perdió su apartamento de cuatro habitaciones en otra parte de Damasco, él perdió su empleo en 2012.
Ahora, por la diabetes y la tensión alta, él no puede trabajar. Así que su hijo tiene que trabajar como mozo, sobreviviendo con las propinas. El trabajo es muy difícil y se queja de dolores de espalda. “Antes de la guerra, lo hubiera obligado a seguir yendo a clases”, dice Abdo. “Ahora no tenemos ingresos aparte de organizaciones benéficas como Caritas que nos dan pañales, cestas de alimentos, un ventilador, colchones y cobijas”.
Caritas también está ayudando a que sus otros hijos vayan a la escuela, proporcionándoles útiles escolares.
El personal de Caritas juega con los niños, hacen actividades de manualidades y espectáculos de títeres. “No se sienten seguros y tratamos de darles seguridad, luego empiezan a expresarse”, cuenta Firas.
Abdeljalic Hussein, 66, y su esposa Salwa Mohamed, 62, nunca se imaginaron que a su edad estarían cuidando a cuatro nietos. “Son nuestra razón de vivir”, indica Salwa
Dos de los cuatro, que son hermanos, son huérfanos. La hija de Salwa fue asesinada por un francotirador y el padre los abandonó. “Un soldado tuvo que echar abajo la puerta”, recuerda la anciana. “Habían estado abandonados siete días”.
Sobreviven gracias a Caritas y otras organizaciones de beneficencia. Cuando le preguntamos qué deseaba, el mayor de los niños, Yamen, dijo: “Quiero que mis abuelos estén seguros, quiero continuar mis estudios y quiero comprar una bicicleta roja. Mi mamá me compró una bicicleta roja cuando estaba viva y quiero una como esa”.
En noviembre de 2012, Abdeljalic fue secuestrado. Lo amenazaron con una motosierra y con que lo iban a lanzar desde lo más alto de un edificio. Les dijo que lo hicieron, que se irían al paraíso por matar a un anciano. Al final lo liberaron.
“Este es un tiempo difícil, pero acabará. Será mejor que antes”, dijo. “Siria es un águila. Alzará el vuelvo nuevamente”.