365 días con Daesh - Caritas
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365 días con Daesh

Sobreviviendo a ISIS

El 22 de febrero de 2015 combatientes del grupo yihadista Estado Islámico, conocido como ISIS o Daesh, atacaron aldeas a lo largo del río Khabour, al norte de Siria. Secuestraron a 230 cristianos asirios. Entre ellos estaban los tres hijos de Caroline Hazkour de Caritas Siria: Tamras, de 21 años, Josephine, de 23 años y Charbel de 17 años, y su abuelo, quien posteriormente fue liberado debido a que padecía problemas de salud. Caroline Hazkour siguió trabajando para Caritas mientras su familia estaba secuestrada.

Tamras: Estábamos en nuestra casa en la aldea unos días por un descanso de los estudios. Nuestros padres se habían quedado en la Ciudad de Hassakeh. Previamente había habido amenazas por los altavoces de la mezquita, diciendo que los cristianos se tenían que ir o convertirse al islamismo. Nadie les prestó atención. Había habido calma, pensamos que estábamos protegidos.

Los disparos y los morteros comenzaron a las 3:15 a.m. Al amanecer, vimos soldados al otro lado del río. Pensamos que eran kurdos. A las 7:00 a.m., cuando entraron en la aldea, sabíamos que era el ISIS. Hubo caos. La gente gritaba, los niños lloraban.

Josephine: Me separaron de los otros y un soldado de ISIS me tenía agarrada. Me dijo que yo era para él. Dijo que esta noche estaríamos juntos. Se reía, una risa aterradora. Mi mente estaba llena de ideas aterradoras.

Tamras: Desde casa los podía ver juntando a toda la gente, separando a las mujeres de los hombres. Yo tenía una escopeta en casa. Sólo podía ver a dos hombres de ISIS. Cogí la escopeta y esperé. Vi que uno de los combatientes de ISIS pasaría frente a la casa, dándome un claro para disparar.

Luego vi que el segundo hombre de ISIS había reunido a los niños. También tenía a mi hermana. He vivido mentalmente ese momento una y otra vez. Si le disparaba a uno, el otro podía matar a los niños. Escondí la escopeta.

El soldado de ISIS vino y nos llevó con él. Estaban disparando al aire. Uno de los combatientes de ISIS gritaba que si nos movíamos nos íbamos a ahogar en nuestra propia sangre. Vi a mi hermano y a mi hermana llorando. Era horrible no poder hacer nada por ellos.

Cerré los ojos y me dije que cuando los abriera todo habría desaparecido. Lo hacía una y otra vez, pero cuando abría los ojos ISIS seguía ahí.
– Josephine

Se llevaron a los aldeanos. A mí me dejaron atrás para ayudar a una anciana. Fui el último en salir de la aldea. Mirando alrededor, me dije a mí mismo que era la última vez que vería mi hogar.

Al llegar al río, nos obligaron a todos a arrodillarnos a la orilla. Los combatientes gritaban que se llevarían a las mujeres como esclavas, matarían a los hombres y enviarían a los niños para entrenarlos como yihadistas. Esto se tiene que acabar, pensé. Nos van a matar y van a lanzar nuestros cuerpos al río.

Después de un rato, nos llevaron a una casa, las mujeres en una habitación y los hombres en otra. Nos obligaron a arrodillarnos con la cara contra la pared y las manos detrás de la cabeza. Yo podía ver a las mujeres. Lloraban, estaban aterradas. Yo me sentía impotente. Fue un momento muy difícil.

Caroline: Estábamos en Hassakeh. Yo tenía que trabajar hasta tarde en Caritas. Cuando Martin, mi esposo, recibió la llamada diciendo que nuestros hijos habían sido secuestrados, dijo que no los podía dejar a su suerte. Yo también quería ir, pero él se rehusó a dejarme ir, así Hassakeh. Él me necesitaba aquí. Me prometió que traería de vuelta a nuestros hijos. Al día siguiente, cuando me enteré de que había sido ISIS, no podía respirar.

Tamras: Todavía podía ver la aldea. Los soldados de ISIS estaban poniendo bombas para destrozarla. Luego vi que dos soldados traían a un hombre a la casa. Era mi padre. Mi hermano y yo llorábamos. Papá le pregunto al guardia si podía abrazar a sus hijos. Nos abrazó y nos dijo que Dios nos salvaría.

Josephine: Mi padre estaba al lado mío. Me sentía segura.

Tamras: Nos amontonaron en un camión. Era incómodo. Era difícil respirar. Mientras viajábamos, nos atacaron los francotiradores. Probablemente eran rebeldes kurdos. Las balas nos pasaban por encima de la cabeza, así que todos nos tiramos al suelo. Nos llevaron a un área controlada por el ISIS. Nos separaron, hombres de mujeres.

Josephine: Yo le conté a mi padre la amenaza del soldado de ISIS. Papá discutió con el comandante, amenazando con matarme y luego suicidarse si no me dejaban quedarme con él. Al final, me quedé con papá.

El que me había amenazado estaba en la casa. Yo me escondía bajo las cobijas. Nadie sabía que yo estaba ahí. Pensé que estaba soñando. Cerré los ojos y me dije que cuando los abriera todo habría desaparecido. Lo hacía una y otra vez, pero cuando abría los ojos ISIS seguía ahí.

Les dijeron a las niñas que vinieran con ellos, utilizando sus armas para seleccionar a las vírgenes.
– Josephine

Tamras: Ninguno de nosotros durmió. Teníamos demasiado miedo. Cada 15 minutos, los soldados venían dando patadas y gritando que nos iban a descuartizar. Dos kazajos nos apuntaron con sus metralletas cuando empezamos a rezar. Su comandante intervino. Les dijo a sus hombres que nos trataran bien. Que éramos rehenes civiles.

Luego fuimos a Al Shadadi, un pueblo controlado por ISIS cerca de Hassakeh. Desde ese día no volvimos a ver a nuestra hermana ni a ninguna de las mujeres y los niños. Nos encerraron en una casa. Estuvimos ahí ocho meses.

Josephine: Que te maten no es lo peor. Para las mujeres y las niñas hay cosas peores.

Después de unos dos meses, la esposa del comandante de ISIS vino a vernos. Quería ver a las vírgenes. Luego vino el jefe con dos soldados. Les dijeron a las niñas que vinieran con ellos, utilizando sus armas para seleccionar a las vírgenes. Las madres empezaron a gritar y darse de golpes. Gritaban que se matarían.

Mi madre no estaba ahí. Sólo me llevaron a mí a otra chica que se llamaba Caroline. Los soldados discutían a quién de nosotras escoger. La escogieron a ella. Yo le dije que no sería juzgada si se quitaba la vida.

Fue la última vez que vi a Caroline. Se la llevó el comandante. Supimos que había dado a luz. Ella sigue secuestrada. Tenía 15 años. En mi interior hay mucha tristeza. Tengo una cicatriz en el corazón.

Tamras: La parte mental fue difícil. Uno nunca se relaja. Te atormentaba pensar qué habían hecho con las mujeres. Después de tres meses nos dejaron comunicarnos con ellas por correspondencia y supimos que estaban a salvo.

Yo empecé a recoger los huesos de aceitunas que los otros hombres tiraban. Les hacía agujeros con un cable eléctrico y con el hilo de una almohada hice un rosario. Los guardias de ISIS nos habían confiscado nuestros crucifijos. Yo mantuve este escondido. Sería un regalo para mi madre.

Tratamos de hablar con los guardias. Muchos eran cultos. Había iraquíes, tunecinos, árabe-israelís, chinos, uzbekos, rusos, iraníes, libaneses, sirios, somalís, franceses, alemanes y americanos. Vimos muchos turcos. Parecían verdaderamente motivados por su religión. Eso y por el poder. Lo que me impactó fue lo cegados por el poder que parecían.

Una vez tuve que caminar por Al Shadadi para ir al hospital. Los vi vendiendo cabezas humanas. Había entre 10 y 15 cabezas. Estaban etiquetadas, con diferentes precios para un soldado, un judío o un cristiano. Y la gente las compraba.

Caroline: Al principio, decidí que tenía que ser fuerte. Sentí que tenía que ser un símbolo para otros, para que la gente que estaba atravesando por lo mismo recibiera fortaleza. La gente que viene a Caritas ha vivido este dolor. Ahora yo sabía lo que era.

En todo ese tiempo no podía dormir. Los malos pensamientos me invadían la mente. Vivía con miedo. Mi familia estaba con asesinos. La desesperanza sigue conmigo, dentro de mí, algo que nunca voy a olvidar. Le pido a Dios su misericordia para estos soldados de ISIS.

Los días de fiesta y los cumpleaños eran muy duros. Puse el árbol de navidad. Puse fotos de la familia en el árbol. Les compré regalos. Esperé, pero nadie vino.

Tamras: El juez de ISIS dijo que iban a pedir rescate por nosotros. Nos trasladaron a Raqqa, la capital de ISIS en Siria. Nos pusieron en una prisión subterránea. Vivíamos en las celdas.

Un día, se llevaron a seis prisioneros, incluyendo a mi padre. Él me dijo: sé fuerte por tu hermano. Él iba a ayudar con las negociaciones. Me pidió que, si no volvía, cuidara de los otros.

Caroline: El vídeo mostraba a seis hombres vestidos de naranja.

La conexión de Internet era tan mala que se estaba tardando mucho tiempo en cargar. Era una agonía. Obligaron a tres hombres a decir su nombre y el de su aldea, uno de ellos era mi primo. Luego, los soldados de ISIS les dispararon a la cabeza. Llevaron a los tres hombres vestidos de naranja al lado de los que acababan de asesinar. Cuando vi a mi esposo, Martín, entré en choque. Él dijo su nombre y de donde era. El vídeo se cortó.

Martin: Me arrodillé al lado de los cadáveres, los asesinos estaban detrás de mí. Dije mi nombre y de qué aldea venía, tal y como lo habían hecho nuestros amigos. Pensé en Caroline, mi esposa. No podía soportar el hecho de que ella tendría que ver esto.

Sin embargo, dejaron de filmar. Nos hicieron levantar los cuerpos. Era difícil por la sangre. Yo sentí pesar por mis amigos. Eran personas pacíficas. Uno, un doctor, nos había ayudado a todos.

Los hombres de ISIS cantaban canciones en la radio, como si nada hubiera pasado. Descubrimos que uno de nuestros amigos seguía vivo, era mi primo. Les dijimos. Discutieron si volver a dispararle. Al final se va a morir cuando lo entierren, dijo uno. Así que lo metieron en la fosa con los otros y lo cubrieron con tierra.

Volvimos a la celda de aislamiento. Uno de nosotros se vino abajo. Quería convertirse al islam para salvarse. Yo le dije que todo lo que teníamos era nuestra fe. Cogí pan y agua, oré sobre ellos y los compartí.

Sin embargo, dejaron de filmar. Nos hicieron levantar los cuerpos. Era difícil por la sangre. Yo sentí pesar por mis amigos.
-Martin

Tamras: Cuando vi a mi padre dos semanas después, me impresionó. Antes, él tenía barba como el resto de prisioneros, ahora se había afeitado. Me pregunté si estaba muerto.

Lo abracé y me desmoroné. Le pregunté por qué nos estaba pasando esto. Papá me dijo: “No te preocupes, sólo Dios nos puede salvar. Mantén firme tu fe. Sólo tu fe en Dios te dará fuerza”.

Martin: Cuando me llevaron de vuelta a la prisión en Raqqa, vi a mi hijo pequeño en el suelo. Estaba sufriendo un ataque de asma. Lo abracé y lo besé. Logré contener el llanto. No quería que él viera ninguna debilidad. Me preguntaron en dónde estaban los otros hombres. Yo no les quería decir que estaban muertos porque quería que todos tuvieran esperanza.

Caroline: Me enteré de que Martin no estaba muerto. Me empecé a comunicar con ISIS para negociar la liberación de los aldeanos. Mi fe era muy firme. Sabía que volverían.

Tamras: Raqqa estaba siendo bombardeada. Nos mantenían en celdas. Un día, los guardias de ISIS empezaron a darle patadas a las puertas de las celdas. Dijeron que nos pusiéramos ropa ligera, que nos iban a llevar a un lugar más seguro.

Nos vendaron los ojos y nos sacaron. Empezamos a entrar en pánico. Cuando nos quitaron las vendas de los ojos, ahí estaba mi hermana. Era la primera vez en un año que la veía. Nos dijeron que nos iban a llevar con amigos. Se reían. Pensamos que nos iban a matar.

Nos subieron a todos a un autobús, hombres y mujeres. Había un soldado de ISIS. Luego, después de pasar por dos retenes, otro hombre subió al autobús, pero no estaba armado. Llegamos al último retén y el hombre de ISIS se bajó del autobús.

El que no estaba armado se dio la vuelta y dijo: “Les juro que van a casa”. Sacó un cigarrillo, lo cual estaba estrictamente prohibido por ISIS, lo encendió y le dio una calada. Supimos que podía ser cierto.

Martin: Yo sólo quería que el autobús avanzara más rápido para poder ver a mi esposa.

Tamras: Yo seguía teniendo miedo, pero la felicidad empezaba a apoderarse de mí. Me permitieron llamar por teléfono a mi madre. La escuché decir: “Te estoy esperando”. Finalmente creí que la volvería a ver. Veríamos de nuevo la libertad.

Martin: El día de la liberación fue el día más feliz. Yo había ganado la guerra contra sus mentes. Me había mantenido fuerte porque tuve paciencia y fe. ISIS había dicho que si no nos convertíamos a la religión musulmana moriríamos. Nunca renunciamos a nuestra religión cristiana, nunca cedimos en nuestra fe.

Caroline: Estábamos muertos y ahora volvíamos a estar vivos. Nunca habíamos estado tan fuertes. Vivimos día a día, apreciando las cosas pequeñas, especialmente apreciándonos unos a otros.

El 22 de febrero de 2016, la familia de Caroline Hazkour estuvo entre los últimos de los 230 rehenes en ser liberados. Había pasado un año desde que fueron secuestrados. Siguen viviendo, estudiando y trabajando en Hassakeh, Siria.

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